lunes, junio 2

Posted by Anónimo Posted on 10:20 | 1 comment

La visualización


Aquello tarde caluroso de un fin de semana en Viña del Mar, se siente la adrenalina y la felicidad a través de la música movida que palpitaban los grandes parlantes del recinto donde me encontraba. No había mucha multitud porque la brisa no los podía consumir, y el sol radiante que prohibía la piel de aquellos que creían que podría ser dañino. Pocos quedaron disfrutando la alegría en el ambiente que salpicaban las gotas de agua, mientras tan sólo dos niños sonreían, reían, saltaban sobre las aguas, jugaban alegremente sin importar la pobre cantidad del medio social. Al verlos puede ser triste, pero ellos viven en la inocencia que muchos tienen cuando más lo parecen. Porque el agua que corre sin cesar no obligaba a que mire a su alrededor, sino que hacía vivir el sentimiento único cuando dejas que el cuerpo se hunde lentamente bajo el agua. Es increíble que pocos lo puedan sentir, aunque siempre busca maneras de prevenir tragedias dentro del agua o preocuparse de que nadie se ahogue.

La diversidad continuaba mientras el sol no bajaba al atardecer y la faz del agua permanecía intranquila cuando las pequeñas manos de los niños hacían brillar la naturaleza. Ese momento no me dejaba de pensar, cuando me volteaba rara vez cerca de la orilla del agua, lo que me pedía que cambie de posición para sentir el calor del sol y quedar en el sueño profundo. Mis ojos cerrados no perdían el impulso, me concentraba en sólo vivir la alegría prematura sin pensar los grandes obstáculos que llegarían. Poco a poco dejaba aflojar mis extremidades del cuerpo como si estuviera durmiendo en una hamaca paraguaya que trajo un día mi padre del extranjero. Era el presentimiento que nunca antes lo había sentido, no sólo dormía ni soñaba, sino que mi cuerpo llevaba a un lugar que me desconocía la textura. Me obligaba a no abrir los ojos para no perder el momento que quería experimentar. Luego el ambiente se puso frío, la respiración no era la misma, el ruido soñoliento de las personas se había mezclado al silencio, el sudor y las aromas me eran reconocidos a mi infancia. Creí que era el sol que había cambiado de ángulo a mi pasado pero era yo misma cuando comencé a recordar los episodios recientes. Y mis manos dejaban que las partículas del ambiente me llevaran a cierto lugar sin sentir nada para identificarla. Cada vez más mi cuerpo se desvanecía al profundo descanso que jamás lo había sentido, quizás nunca recuerde cómo era vivir en el vientre de la madre lleno de líquido o cómo era cuando después de nueve meses estás en el aire. ¿Sería un pez humano? ¿Una sirena como en las fantasías mitológicas? ¿Dónde me pudo pasar a cuestionar lo que realmente estaba viviendo y no hallaba respuesta alguna para llegar al fin sin saber cuál era el concepto de la experiencia? ¿O quizás los gringos nunca han descubierto esa explicación cuando una persona, a ojos cerrados, vive el “algo que nunca lo ha vivido”?. No sé, no soy experta en ese tipo de cosas, tampoco creo que soy la única que ha tenido el gran momento de buscar las razones o significado de aquello momento que viví en las orillas de la playa. ¿Estaba en la playa? Ni siquiera había abierto los ojos cuando sentí que me llevó a otro lugar, tampoco pensaba abrirlos porque no quería dejar de vivirlo, y si lo abriera, nadie me creería ni tampoco volvería a hacerlo. Me sentí de una manera inexplicable, poco lógica y menos cultural. Debió ser el sol que me absorbió las energías en mis venas o el viento que quizás venía de otra parte y escoge a personas admiradoras al agua y al sol.

En fin, ya no me quedaba otra alternativa de buscar la razón, porque ¿cómo lo podría sentir sin saber la respuesta que tal vez esté escrita en algún libro de los siglos posteriores donde pueda descubrirlo y donde la gente me crea que no estoy enferma y que no les parezca estúpido? La gente habla en distintas cosas que no lo puedo negar, porque no hay cerebros que piensan lo mismo sino que hay motivos de experiencia para llegar a un mismo pensamiento. Y desgraciadamente tuve la tristeza de abrir mis ojos. La visión me fue tan clara como el agua, sí, me encontraba volando con las gotas del mar que subieron conmigo y la sociedad no dejaba de observarme con ese asombro que ninguno podía tener en lo cierto, mi cabello mecía contra el viento y chocaba contra las aguas que flotaban. Y de un cerrar y abrir ojos, la historia había acabado. El capítulo desde que cerré los ojos hasta al abrirlo estaba en mi punto débil, que cuando no sabes en lo absoluto la razón, tal vez la visión me lo tradujo, tal vez esa mirada era la respuesta, tal vez ese sentimiento era el que nunca lo podré vivir en un futuro. Jamás pensé que en una tarde calurosa podría llegar a pasarme lejos de la estresante ciudad capital que vivo. Me sentí inmóvil con nostalgia, con la línea de mis labios que lentamente me fue sonriendo y mis ojos parpadeaban de manera que fue precipitando los colores vivos de las plantas. La nitidez en lo que veía fue exactamente mejorable de mi vista pasada. No creí que las aguas del mar me darían la mejor satisfacción que selló en mí al saber que no todo es fantasía cuando cierras los ojos e imaginas cosas que nunca antes lo habías sentido. En sí, cada gota es como dar lo mejor que puedes hacer, porque es lo que mi rostro reflejara la exaltación que nunca podré dejar de disfrutarlo. En donde cada día sería el nuevo día, la nueva gota de agua del mar que florecerían las flores del jardín colorido de mi casa. Sin importar el pasado que ha recorrido en mi vida, y sólo ese capítulo ha cambiado mi manera de vivir en sólo vivir el presente y el futuro. Quizás el futuro no es mi gran fuerte y puede que con el traspaso del tiempo las cosas van cambiando sin darse cuenta que no era el plan futuro. Pero hay que tener fe en Dios, la certeza y la confianza en que estoy bajo su protección, y que en el camino nada me desamparará ni me apartará de su mano poderosa que separó las aguas y a las tierras en el día de la Creación.